Converso

Converso: primera persona del presente del verbo conversar. Del presente porque yo, nosotros, no conversábamos. O al menos no lo hacíamos sobre el proceso de conversión y exaltación religiosa que estaba viviendo mi hermana mayor, María, y, después, toda mi familia.

 

Era un tema que nos llevaba irremediablemente al conflicto arrebatado. Con la única persona que, tangencialmente, sí que hablaba de religión era con mi cuñado, Raúl. Quizá el no compartir la misma sangre nos invitaba a imprimir una cierta cautela en nuestros diálogos, muchas veces cargados de sana ironía.

 

Este era el ambiente en mi familia cuando, después de terminar mi primera película, mi cuñado me sugirió hacer un documental sobre órganos de iglesia. El tema me resultó sugerente pero enseguida me di cuenta de que lo que realmente me interesaba era indagar en el proceso de conversión de toda mi familia, intentar entender cómo habían llegado a tener la certeza de que Dios existe.

 

No sabía cómo abordar la película y, en las primeras conversaciones con Raúl y María, se generó un ambiente extraño porque, de manera inconsciente, yo adopté el rol de un entrevistador distanciado y, visto ahora, diría que incluso de inquisidor. De repente, en medio de estas torpes entrevistas, mi hermana me dice “A mí esta película, aunque no se haga, ya me ha servido de mucho, porque de una puta vez hemos podido hablar tú y yo, porque no querías hablar de este tema, te enfadabas, te daba mal rollo”. Ahí llega mi revelación y la película me interroga: ¿por qué nunca has preguntado a tu hermana, a la que tanto quieres, sobre algo que ha sido tan importante para ella?

 

Nunca he tenido inquietudes o preguntas trascendentales. Nunca, ni de niño, he pensado demasiado en lo que nos espera, o no, después de la muerte. He practicado durante años la meditación Vendanta y cuando en los retiros o clases llegábamos a Brahman, Atman o a las lecturas del Bhagabad Gita, yo desconectaba. No creo que se trate de un rechazo al hecho religioso, más bien es un desinterés perezoso.

 

Entonces, si no era un rechazo al hecho de esa nueva vivencia religiosa de mi familia, ¿qué es lo que me violentaba? Haciendo la película he descubierto que, lo que de verdad me dolía, era quedarme fuera porque sabía que yo no iba a participar en esta “gracia” que tan intensamente les unía y, de alguna forma, eso me hacía un extraño en mi propia familia. Mi familia: ese refugio de amor animal y sin condiciones que tanto necesito.

 

Cuando terminas una película se la das al espectador para que la haga suya. Habrá quien solo vea en esta película un testimonio de fe. Para mí, ha sido una experiencia introspectiva y sanadora que ha conseguido, a través de la conversación, reencontrarme con mi familia, incluso con quienes murieron y no sé si me esperan en algún lugar para retomar las conversaciones que dejamos pendientes.

David Arratibel
Director, hermano, hijo, cuñado

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